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que Ezra Weeden había copiado en parte. Dicha copia se
hallaba ahora en posesión de los descendientes de Smith y a
nosotros nos toca decidir si Weeden se la entregó a su
compañero después del ataque a la granja, como testimonio de
la anormalidad de lo que había ocurrido, o si, como es más
probable, Smith la tenía ya en su poder anteriormente y la
había subrayado después de sonsacar a su amigo
interrogándole sabiamente. El pasaje subrayado decía:
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EL CASO DE CHARLES DEXTER WARD
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«Encarézcole no llame a su presencia a nadie que no pueda
dominar, es decir, a nadie que pueda conjurar a su vez algún poder
contra el cual resulten ineficaces sus más poderosos recursos.»
A la luz de este pasaje y pensando en los enemigos
innombrables que un hombre acosado podía invocar en su
ayuda, Charles Ward pudo muy bien preguntarse si fue en
verdad algún ciudadano de Providence quien mató a Joseph
Curwen.
La eliminación deliberada de todo lo que en los anales
de Providence pudiera recordar al muerto, quedó grandemente
facilitada por la influencia de los cabecillas de la expedición, si
bien estos no se propusieron en un primer momento ser tan
exhaustivos. Ocultaron a la viuda, al padre y a la hija de ésta,
la verdad de lo ocurrido, pero el capitán Tillinghast era hombre
astuto y no tardaron en llegar a sus oídos rumores que le
llenaron de horror y le impulsaron a solicitar el cambio de
nombre para su hija y para su nieta. Quemó además la
biblioteca de su yerno y todos los documentos y borró la
inscripción que figuraba en la lápida de su tumba. Conocía
perfectamente al capitán Whipple y probablemente logró
extraer de aquel rudo marino más información que ninguna
otra persona acerca del misterioso fin del siniestro brujo.
A partir de entonces, se trató por todos los medios de
borrar la memoria de Curwen, tarea que llegó a alcanzar, por
común acuerdo, a los archivos oficiales de la ciudad y a los de
la Gazette. Sólo puede compararse aquel afán, en espíritu, al
baldón que recayó sobre el nombre de Oscar Wilde durante la
década siguiente a su desgracia, y, en extensión, a la suerte de
aquel pecador Rey de Runagur del cuento de Lord Dunsany,
al cual los dioses condenaron no solamente a dejar de ser sino
también a dejar de haber sido.
La señora Tillinghast, nombre con que se conoció a la
viuda a partir de 1772, vendió la casa de Olney Court y vivió
con su padre en Powers Lane hasta su fallecimiento, ocurrido
en 1817. La granja de Pawtuxet, rehuida por todos, permaneció
solitaria a lo largo de los años y empezó a desmoronarse con
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increíble rapidez. En 1780 sólo quedaban en pie las paredes de
piedra y de mampostería, y en 1800 el lugar era un montón de
ruinas. Nadie osaba traspasar la barrera de arbustos que se
alzaba en la ladera donde se había descubierto la puerta de
roble, ni nadie trató en mucho tiempo de hacerse una idea
definitiva del escenario que vio a Joseph Curwen partir de los
horrores que él mismo había provocado.
Sólo se oyó en cierta ocasión al capitán Whipple
murmurar para su capote: «¡Maldito sea ese...! No tenía
derecho a reír mientras gritaba. Era como si el muy... tuviera
algún secreto. No quemé su... casa por un pelo.»
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Una búsqueda y una invocación
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Charles Ward, como hemos visto, averiguó en 1918
que descendía de Joseph Curwen. No es de extrañar que
inmediatamente brotara en él un profundo interés por todo lo
relacionado con ese misterio, ya que los vagos rumores que
había oído acerca de aquel personaje habían adquirido para él
una importancia vital desde el momento en que supo que por
las venas de ambos corría la misma sangre. Ningún
genealogista que se preciara podía por menos de iniciar una
búsqueda ávida y sistemática de todo lo relativo a Curwen.
En sus primeras investigaciones no manifestó la
menor tentativa de guardar el secreto, de modo que incluso el
doctor Lyman vacila en fechar los comienzos de la locura del
joven en un período anterior a 1919. Hablaba libremente con
su familia -aunque a su madre no le complacía demasiado tener
un antepasado como Curwen- y con los funcionarios de los
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