[ Pobierz całość w formacie PDF ]
Mas, en fin, es un hecho de justicia.
Si por cierto instrumento
Reduje una familia muy honrada
A pobreza extremada,
Algún día leerán mi testamento.
Entonces, muerto yo, se hará patente,
En la tierra lo mismo que en el cielo,
Para alivio de pobres y consuelo,
Mi caridad ardiente.»
Una Visión se acerca y dice: «Hermano,
La esperanza condeno
Del que aguarda a morir para ser bueno.
Una acción de piedad está en tu mano:
Tus prójimos, según sus oraciones,
Están necesitados:
Para ser remediados
Han menester siquiera cien doblones.»
«¡Cien doblones! No es nada.
tY si, porque Dios quiera, no me muero,
Y después me hace falta ese dinero,
Sería caridad bien ordenada?»
«Avaro, ¿te resistes? Pues al cabo
Te anuncio que tu muerte está cercana.»
«¿Me muero? Pues que esperen a mañana.»
La Visión se volvió sin un ochavo.
FÁBULA VIII
El camello y la pulga
Al que ostenta valimiento
Cuando su poder es tal,
Que ni influye en bien ni en mal,
Le quiero contar un cuento.
En una larga jornada
Un Camello muy cargado
Exclamó, ya fatigado:
«¡Oh qué carga tan pesada!»
Doña Pulga, que montada
Iba sobre él, al instante
Se apea, y dice arrogante:
«Del peso te libro yo.»
El Camello respondió:
«Gracias, señor elefante.»
FÁBULA IX
El cerdo, el carnero y la cabra
Poco antes de morir el corderillo
Lame alegre la mano y el cuchillo
Que han de ser de su muerte el instrumento,
Y es feliz hasta el último momento.
Así, cuando es el mal inevitable,
Es quien menos prevé más envidiable.
Bien oportunamente mi memoria
Me presenta al Lechón de cierta historia.
Al mercado llevaba un carretero
Un Marrano, una Cabra y un Carnero.
Con perdón, el Cochino
Clamaba sin cesar en el camino:
«¡Ésta sí que es miseria!
Perdido soy, me llevan a la feria.»
Así gritaba; mas ¡con qué gruñidos!
No dio en su esclavitud tales gemidos
Hécuba la infelice.
El carretero al gruñidor le dice:
«¿No miras al Carnero y a la Cabra,
Que vienen sin hablar una palabra?»
«¡Ay, señor, le responde, ya lo veo!
Son tontos y no piensan.
Yo preveo Nuestra muerte cercana.
A los dos por la leche y por la lana
Quizá no matarán tan prontamente;
Pero a mí, que soy bueno solamente
Para pasto del hombre... no lo dudo:
Mañana comerán de mi menudo.
Adiós, pocilga; adiós, gamella mía.»
Sutilmente su muerte preveía.
Mas ¿qué lograba el pensador Marrano?
Nada, sino sentirla de antemano.
El dolor ni los ayes es seguro
Que no remediarán el mal futuro.
FÁBULA X
El león, el tigre y el caminante
Entre sus fieras garras oprimía
Un Tigre a un Caminante.
A los tristes quejidos al instante
Un León acudió: con bizarría
Lucha, vence a la fiera, y lleva al hombre
A su regia caverna. «Toma aliento,
Le decía el León; nada te asombre;
Soy tu libertador; estáme atento.
¿Habrá bestia sañuda y enemiga
Que se atreva a mi fuerza incomparable?
Tú puedes responder, o que lo diga
Esa pintada fiera despreciable.
Yo, yo solo, monarca poderoso;
Domino en todo el bosque dilatado.
¡Cuántas veces la onza y aun el oso
Con su sangre el tributo me han pagado!
Los despojos de pieles y cabezas,
Los huesos que blanquean este piso
Dan el más claro aviso
De mi valor sin par y mis proezas.»
«Es verdad, dijo el hombre, soy testigo:
Los triunfos miro de tu fuerza airada,
Contemplo a tu nación amedrentada;
Al librarme venciste a mi enemigo.
En todo esto, señor, con tu licencia,
Sólo es digna del trono tu clemencia.
Sé benéfico, amable,
En lugar de despótico tirano;
Porque, señor, es llano
Que el monarca será más venturoso
Cuanto hiciere a su pueblo más dichoso.»
«Con razón has hablado;
Y ya me causa pena
El haber yo buscado
Mi propia gloria en la desdicha ajena.
En mis jóvenes años
El orgullo produjo mil errores,
Que me los ha encubierto con engaños
Una corte servil de aduladores.
Ellos me aseguraban de concierto
Que por el mundo todo
No reinan los humanos de otro modo,
Tú lo sabrás mejor; dime, ¿ es cierto?»
y
FÁBULA XI
La muerte
Pensaba en elegir la reina Muerte
Un ministro de Estado:
Le quería de suerte
Que hiciese floreciente su reinado.
«El Tabardillo, Gota, Pulmonía
Y todas las demás enfermedades,
Yo conozco, decía,
Que tienen excelentes calidades.
Mas ¿qué importa? La Peste, por ejemplo,
Un ministro sería sin segundo;
Pero ya por inútil la contemplo,
Habiendo tanto médico en el mundo.
Uno de éstos elijo... Mas no quiero,
Que están muy bien premiados sus servicios
Sin otra recompensa que el dinero.»
Pretendieron la plaza algunos vicios,
Alegando en su abono mil razones.
Consideró la Reina su importancia,
Y después de maduras reflexiones,
El empleo ocupó la Intemperancia.
FÁBULA XII
El amor y la locura
Habiendo la Locura
Con el Amor reñido,
[ Pobierz całość w formacie PDF ]