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más ventajas que aquel lugar desierto donde había sido arrojado; uno donde, si bien no tenía compañía, lo
cual era el motivo de mi mayor desventura, tampoco había bestias feroces, lobos furiosos, tigres que
amenazaran mi vida, plantas venenosas que me hicieran daño en caso de que las ingiriera, ni salvajes que
pudieran asesinarme y devorarme.
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Los cuervos le llevaban pan y carne por la mañana y pan y carne por la noche. I Reyes 17: 4-6.
En pocas palabras, si por un lado mi vida era desventurada, por otro estaba llena de gracia y lo único que
necesitaba para hacerla más confortable era confiar en la bondad y la misericordia de Dios para conmigo y
hallar en ello mi consuelo. Cuando logré hacer esto, dejé de sentirme triste y pude seguir adelante.
Llevaba tanto tiempo en este lugar que muchas de las cosas que había traído a tierra se habían agotado o
deteriorado. Como ya he dicho, la tinta se me había terminado casi totalmente y solo quedaba un poco que
fui mezclando con agua hasta que se volvió tan clara que apenas dejaba marcas en el papel. Mientras duró,
la utilicé para anotar los días del mes en los que me sucedía algo fuera de lo corriente. Recuerdo que al
principio, había notado una extraña coincidencia entre las fechas de algunos acontecimientos y, de haber
sido supersticioso y creer que había días de buena y mala suerte, habría tenido suficientes motivos para
reflexionar sobre lo curioso de algunas circunstancias.
En primer lugar, observé que el día en que partí de Hull, abandonando a mis padres y a mis amigos con el
fin de aventurarme en el mar, era el mismo día en que, más tarde, fui capturado y hecho esclavo por el
corsario de Salé.
El día en que me salvé del naufragio del barco en la rada de Yarmouth, fue el mismo día, al año
siguiente, en que pude escapar de Salé en la chalupa.
El día de mi nacimiento, el 30 de septiembre, fue el mis mo día, al cabo de veintiséis años que me salvé
milagrosamente del naufragio y llegué a las costas de esta isla; de modo que mi vida pecaminosa y mi vida
solitaria empezaron el mismo día.
Después de la tinta, se me agotó el pan, es decir, la galleta que había rescatado del barco y que consumía
con suma frugalidad, permitiéndome comer solo una por día, durante un año. Aun así, pasé casi un año sin
pan hasta que pude producir mi propia harina, por lo que estaba enorme mente agradecido ya que, como he
dicho, su obtención fue casi milagrosa.
Mis ropas también comenzaron a deteriorarse notablemente. Hacía tiempo que no tenía lino, con la
excepción de algunas camisas a cuadros que había encontrado en los arco nes de los marineros y guardado
con mucho cuidado porque, a menudo, eran lo único que podía tolerar; y fue una gran suerte que hubiese
encontrado casi tres docenas de ellas entre la ropa de los marineros en el barco. También tenía varias capas
gruesas de las que usaban los marineros pero eran demasiado pesadas. En verdad, el clima era tan caluroso
que no tenía necesidad de usar ropa, mas no era capaz de andar totalmente desnudo. No, aunque me hubiese
sentido tentado a hacerlo, lo cual no ocurrió pues no podía siquiera imaginarme algo así, a pesar de que
estaba solo.
La razón por la cual no podía andar completamente desnudo era que aguantaba el calor del sol bastante
mejor cuando estaba vestido que cuando no lo estaba. A menudo el sol me producía ampollas en la piel,
mas, cuando llevaba camisa, el aire pasaba a través del tejido y me sentía mucho más fresco que cuando no
la llevaba. Tampoco podía salir sin gorra o sombrero pues los rayos del sol, que en esas latitudes golpean
con gran violencia, me habrían provocado una terrible jaqueca, a fuerza de caer directamente sobre mi
cabeza.
Ante esta situación, decidí ordenar los pocos harapos que tenía y a los que llamaba ropa. Había gastado
todos los chalecos y ahora debía intentar hacer algunas chaquetas con las capas y los demás materiales que
tenía. Empecé pues a hacer trabajos de sastrería, más bien estropicios, pues los resultados fueron
lastimosos. No obstante, logré hacer dos o tres chalecos, con la esperanza de que me durasen mucho
tiempo. La labor que realicé con los pantalones o calzones, fue igualmente desastrosa, hasta más adelante.
He mencionado que guardaba las pieles de los animales que mataba, me refiero a los cuadrúpedos, y las
colgaba al sol, extendiéndolas con la ayuda de palos. Algunas estaban tan secas y duras que apenas servían
para nada pero otras me resultaron muy útiles. Lo primero que confeccioné con ellas fue una gran gorra
para cubrirme la cabeza, con la parte de la piel hacia fuera para evitar que se filtrase el agua. Me quedó tan
bien que luego me confeccioné una vestimenta completa, es decir, una casaca y unos calzones abiertos en
las rodillas, ambos muy amplios, para que resultaran más frescos. Debo reconocer que estaban
pésimamente hechos pues si era un mal carpintero, era aún peor sastre. No obstante, les di muy buen uso y,
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